viernes, 18 de julio de 2008

Cambiemos de continente, pero no de cine conmovedor.

Con el apoyo norteamericano de la epoca post-guerra, se dio un auge sin precedentes del cine nacional. Grandes estudios cinematograficos norteamericanos apoyaron de modo conjunto el desarrollo del cine nacional, por cuestiones estrategicas y por mantener un control sobre México, ya que era una época en la que la influencia comunista de la Union Sovietica se cernía sobre la posición estratégica mexicana y su influencia en todo el hemisferio latinoamericano, lo que se tradujo en una estrategia "mass media" sobre la escasamente educada e influenciable población mexicana.
En la década de los cuarenta dos géneros se alternan para deleitar al público espectador: el cine cómico y el cine de melodrama.
Dentro de este último género, destaca, sin duda alguna la cinta "MARÍA CANDELARIA", filmada en el año 1943, dirigida por Emilio Fernández. Sin duda una de las mejores películas que marcaron la época de oro del Cine Mexicano.Basada en un hecho real del año de 1909, en los bellos canales de Xochimilco, en la Ciudad de México, se desarrolla esta dramática historia de amor entre la hermosa María Candelaria (Dolores del Río) y de Lorenzo Rafael (Pedro Armendáriz), que desean contraer matrimonio pese a las adversidades que afrontan.
Las personas del pueblo acosan y detestan a María Candelaria, por ser hija de una prostituta, a quien asesinaron por llevar la vergüenza a las chinampas. El patrón y tendero del lugar (Miguel Inclán), desea a María Candelaria para él, por lo que alimenta y aprovecha el odio a la pareja para su propio beneficio.Entre tanto odio y rencor, los enamorados son ayudados por el cura local (Rafael Icardo) y por un afamado pintor (Alberto Galán), quienes no podrán detener el oscuro futuro que les aguarda, ya que el amor de ambos se ve marcado por la injusticia del pueblo sin ley, haciendo justicia por propia mano.

Más cine iraní..........., "Los niños del cielo".

NIÑOS DEL CIELO(Bacheha-Ye Aseman)
Irán, 1997

Para mencionarles algo más del actual cine iraní, ya con nombres más recientes, o mejor dicho, más cercanos, puesto que Majid Majidi, director de bellas realizaciones.
El quinto film del iraní Majid Majidi es chiquito, minimal. En el mejor sentido: hace foco en una anécdota de entrecasa, sin mayores posibilidades de desarrollo a primera vista, y la hace crecer. No la convierte, ni por mucho, en la más grande historia jamás filmada, pero le exprime respetable jugo emocional. Y dejará la sensación de que no había mejor modo de filmarla.
Amir, un chico de diez años, lleva a arreglar los raídos zapatitos de su hermana. Pero los pierde. Como no habrá plata hasta fin de mes, y temen el castigo, ocultan la situación ante sus padres. Y como Zahra no tiene otro par de zapatos, deciden compartir las zapatillas de Amir. Ella saldrá prematuramente de la escuela y él, que va por la tarde, llegará algo después de hora. Los cambiazos tienen lugar en la mitad del trayecto, en una de esas callejuelas menesterosas de los alrededores de Teheran que Majidi (El padre) pinta con maestría. Entre las casas bajas, descascaradas, y los mercaderes que vociferan sus productos como en los tiempos inmemoriales.
La simplicidad de la anécdota y el rigor con el que Majidi se atiene a ella le aportan a Niños del cielo un sesgo universal: una familia de clase baja podría ser presa de un conflicto como éste en cualquier tiempo y país. La emoción descansa casi por entero en la potente naturalidad de los chicos. Amir (Amir Farrock Hashemian, el de la foto) tiene un rostro singular. Pasa de la risa al llanto con rara –no por eso menos creíble– facilidad: frunce barbilla y entrecejo, empieza a pucherear y obliga a una suerte de solidaridad emocional inmediata, como si contagiara a la platea. Zahra (Bahare Sediqi) es dueña de una empatía semejante. Y si la historia está dramáticamente narrada desde el punto de vista de los niños, el tratamiento formal no se queda atrás. Ahí están todos esos planos detalle de las zapatillas ajenas, que presentizan la desazón de los descalzos recuperando otro rasgo universal: el fetichismo en torno de lo que se tiene y lo que no se tiene –lo tienen otros–, siempre nacido a corta edad y, tantas veces, para quedarse. Aquí nadie roba nada. Por lo demás, no es aventurado recordar esa famosa oda edificada, en buena parte, sobre un fetichismo similar: Ladrones de bicicletas (Vittorio De Sica, 1949).
Hay complementos necesarios y otros redundantes. La sutil melancolía de la música, nunca por delante, enaltece las imágenes. La incursión de padre e hijo en un barrio paquete de Teheran, en el que prueban suerte como jardineros, tiende a derivar en moraleja rosa. Y el conflicto que apura el final (una maratón escolar en la que participa Amir detrás de cierto premio que lo arreglaría todo) es un tanto infantil... ya no en el mejor de los sentidos.

Cine en Irán????

A algunas personas, pocas espero, debe parecerles extraño que en un país con tantos problemas políticos, sociales y, cómo no mencionarlos, religiosos, pudiese exixtir cine.
Pero a pesar de las múltiples dificultades, han tenido y, gracias a una energía superior, siguen teniendo, su cinematografía es cada vez más rica, cada vez nos sorprende, nos conmueve, nos emociona y, por qué no decirlo, nos lleva a lugares insospechados de nuestro cerebro y nuestro corazón (un poco meloso, pero lo amerita).
En Irán el cine conquistó su legitimidad (a juicio de los creyentes) con la revolución de febrero de 1979. Antes de esa profunda transformación política, consecuencia del descontento popular frente el régimen del shah y que desembocó en una “república islámica” bajo la égida del ayatollah Rutollah Jomeini, el clero siempre había estigmatizado el séptimo arte. El cine apareció en Irán a comienzos del siglo XX. Desde la apertura de las primeras salas en Teherán, en 1904, los religiosos manifestaron su oposición. Varios cines fueron incendiados con consecuencias a veces dramáticas: en agosto de 1978, en Abadán, 400 personas perecieron en el Rex. La sala de cine, símbolo del Occidente ateo y lugar de reunión popular que competía con la mezquita, era vista por los mollahs como una amenaza directa contra su autoridad. Además, el cine aparecía como blasfemo, pues mostraba imágenes de mujeres sin velo y, más tarde, escenas de baile con acompañamiento musical.Los creyentes fanáticos no podían admitir la representación iconográfica del ser humano: sólo Dios es el Creador y el que da forma a los seres vivos. Toda representación figurativa está ausente de la ornamentación de las mezquitas, sobre todo en Irán. Sin tradición de expresión artística visual (con excepción de las miniaturas de los siglos XIV y XV), las representaciones “imaginativas” pertenecían a los escritores, fundamentalmente a los poetas.Si bien el séptimo arte produjo, entre 1930 y 1979, unas 1.100 películas de ficción proyectadas en 420 salas, lo cierto es que no tenía la más mínima legitimidad a juicio de los ayatollahs. Los hijos de las familias más estrictas sufrían incluso castigos corporales si iban al cine. Ahora bien, con la llegada de Jomeini al poder se produjo un vuelco muy extraño.De la noche a la mañana, el cine pasó a interesar a todo el mundo, incluso a los religiosos. El nuevo régimen decidió que necesitaba un control muy fuerte sobre la sociedad y se lo apropió, confiscó la imagen. La propia representación del poder se hizo omnipresente en la televisión, periódicos, carteles o cines. El séptimo arte, bendito y purificado de ese modo, fue legitimado. En cambio, el cine extranjero, contrario a los valores islámicos, fue prohibido. La producción iraní pasó así a reinar sin rival en el territorio nacional.Desde su exilio en Francia, el ayatollah Jomeini había cobrado conciencia del papel de la imagen como instrumento eficaz de propaganda política. A su regreso a Teherán, descubrió en la televisión el filme de Dariush Mehrjui, La vaca (1969). En esa película, de un cierto realismo, el realizador evoca la vida difícil de unos campesinos modestos en un pueblo aislado, donde uno de ellos se identifica, tras la muerte del animal, con la vaca que era su único bien. Esta ficción inspiró al jefe religioso un discurso acerca del papel pedagógico del cine. Desde el primer año de la revolución, todos los órganos del Estado se pusieron al servicio de ese arte a fin de crear un “cine islámico”, que debía ir por “buen camino”. Paralelamente, otro cine, que se situaba en la tradición de las películas de calidad anteriores a 1979, nació dolorosamente. En razón de una censura implacable, algunos cineastas crearon un lenguaje que eludía los tabúes y se inspiraba en la realidad cotidiana y en la poesía persa. Lograron imponerse gracias a su frescura y enfoque inocente.

jueves, 17 de julio de 2008

Historias....................., no tan mínimas.

El cine, el arte más cercano a la realidad (su naturaleza fotográfica lo hermana esencialmente a lo visible y lo real) vive tiempos convulsos. Inevitablemente ligado a los cambios sociales, el cine comparte las dudas y confusiones de un mundo poblado por imágenes cuyas formas de poder (económico y político) han transformado su naturaleza hasta convertirla en parte esencial de la realidad en que vivimos. Hace tiempo que el cine perdió su estatus de principal posibilidad de expresión audiovisual. Ahora se encuentra vagamente situada entre múltiples formas de ocio, cultura e información que pelean por consolidarse como primeras en una jerarquía que les asegure el poder popular, político y económico.
Estos dos puntos fundamentales, su ontología y su estatus social, son los ejes fundamentales del debate actual acerca de la existencia o no de fronteras que separen la ficción y la realidad, el documental y la ficción. A continuación rastreamos el cine de los últimos años en busca de obras y autores que nos desvelen las claves o generen nuevas incógnitas sobre nuestro dilema.